Era día de cobro en un pequeño pueblo. Los
pensionistas hacían cola esperando a que abrieran la sucursal. Al llegar la
hora, el vigilante habilitado para esos días hizo pasar a los clientes. Pasado
unos diez minutos entraron cuatro encapuchados, armados con escopetas de caza y
vestidos con monos de soldador, gritando que se tumbaran todos en el suelo
mientras apuntaban a tres jubilados y uno se dirigía hacia el encargado de la
caja. El guarda de seguridad, que se encontraba en la oficina del director, se
acercó pistola en mano haciéndose el valiente y recibió un disparo en la pierna
antes de poder decir palabra. “El que nos lleve la contraria correrá la misma
suerte” gritó el asesino. El encargado de la caja se asustó al ver el disparo e
hizo lo que le ordenaron sin rechistar, pero con torpeza por los nervios. El
director accionó la alarma que lejos de espantar a los atracadores reaccionaron
dirigiéndose hacia él con decisión. “¿Cómo sabéis que he sido yo?” balbuceó
antes de morir. El pánico cundía en la sucursal mientras, en la trastienda, el empleado sacaba el dinero de la caja fuerte
y lo repartía en cuatro bolsas de deporte tras romper las cámaras de seguridad
por orden del atracador. Cuando oyeron las sirenas de la guardia civil
emprendieron la huida sin más complicaciones.
A la semana siguiente, el hijo de uno de los
jubilados fue a la sucursal con una autorización para cobrar la pensión en
nombre de su padre. Se dirigió al empleado que obedeció a los atracadores y,
después de cobrar, comentó el atraco.
–Menuda faena lo de la semana pasada, mi padre sigue
con el susto en el cuerpo.
–Yo tampoco me he repuesto del todo –respondió con
total serenidad.
–Es una pena lo del director y lo del guarda de
seguridad.
–Si… es una pena.
–Deberían
haberse quedado quietos, total por un dinero que iba a reponer el seguro no
merece la pena jugarse la vida.
–Por eso mismo obedecí sin rechistar.
–Menos mal que los han capturado. ¿Es cierto que
consiguieron esconder una parte del botín? Lo dice el periódico.
–Eso parece, las cuentas no cuadran.
–También dice que los detuvieron con las cuatro
bolsas con dinero a partes iguales. No es lógico que faltase dinero.
–Cierto, yo mismo hice el reparto. –ocultó una
sonrisa echando la vista a unos papeles que ordenaba en un cajón– Vaya usted a
saber que hicieron con el resto del dinero.
–Bueno, me alegro de que esté usted bien, espero que
siga bien y sin más sustos.
–Se lo agradezco, y gracias por seguir confiando en
nosotros.
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