jueves, 14 de junio de 2018

Morir por su maldita bocaza


El sol no tenía piedad cuando más alto brillaba, la tierra ardía y los matorrales que sobrevivían a los pies del salón pedían a gritos un poco de agua. El pequeño Tommy, un grandullón de barba negra y espesa que no soltaba el puro ni para beber whisky, esperaba la llegada del aspirante a sustituir al fallecido sheriff, Tommy lo había acribillado a tiros ante la mirada del pueblo al salir del banco tras apropiarse del contenido de la caja fuerte. Los habitantes se quedaron enmudecidos menos el ingenuo e impulsivo Connor, quien lo desafió para evitar que siguiese haciendo fechorías. La banda de Tommy apostaba sobre en qué parte del cuerpo del joven se alojaría la bala de su jefe y uno de ellos bajó los ánimos al comentar la posibilidad de que no acudiese al duelo.  Estaba equivocado, el joven Connor apareció con la cabeza muy alta y acompañado por tres de sus amigos, unos chicos delgados con ropas humildes que se les notaba que estaban igual de aterrados que el inexperto pistolero. Los vecinos, que esperaban dentro de sus casas, salieron para arroparlo ante su más que posible muerte. El joven se fijó en que faltaban bastantes hombres: el dueño del salón, el director del banco, el anciano del colmado, el herrero… Los pistoleros se colocaron en sus puestos, las manos esperaban la orden de dispar. Tommy esperaba inmóvil con una sonrisa en sus labios sin dejar de soltar el puro mientras a Connor le caían gotas de sudor por la barbilla, los segundos se le hacían eternos, sabía que iba a morir por su maldita bocaza, pero debía hacerlo. Tommy desenfundó y una docena de rifles tirotearon a la panda de bandidos hasta que acabaron en el suelo a la espera de un sepulturero. Los hombres que Connor echaba en falta entre la multitud estaban tras las armas que le salvaron la vida. Hombres que no iban a permitir que, además de robarles asiduamente, mataran al hijo de su antiguo sheriff.

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