Don Juan, el jinete sangriento.
—Ya le dejé un mensaje. Su padre estará tranquilo.
—¿Qué le dijiste?
—La verdad. Que su hija estaba a buen recaudo y protegida de la banda de Juan el Tenorio.
—El Sheriff te detendrá y te llevará a la horca.
—Calla ¡desviado! —Abofeteó a Ginés que se calló aturdido.
¿No es verdad, Ginés, maricón,
que lo que voy a hacerte
te hará sentir mejor?
—¡No lo hagas por favor!
—¿Que tus partes tan grandes
te pesan quintales
y no las vas a usar, mamón?
¡Amordázalo, novicia!
Juan le bajó el pantalón a Ginés, la novicia le acercó una navaja de grandes dimensiones y con una mano sujetó el miembro por la punta para ir rebanándolo por la base. La mordaza contenían los gritos que daba al paso de la hoja de Juan. Cortaba lentamente, deleitándose con el color de la sangre que chorreaba empapando el suelo. Una pasada delicada y suave, otra y otra, hasta que el éxtasis de Juan acabó y Ginés se desvaneció.
—Ya no volverás a meterle esto ha mi hermano. Y él no te volverá a llamar Inés.
—Ahí viene el sheriff, se oyen los disparos. Sus hombres no aguantarán mucho.
—Pues vayamos a hablar con su padre. Le dejaré este obsequio después de llenarle el cuerpo de plomo. Tráeme mi sombrero.
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