No podía dormir, lo que me dijo aquel vidente me dio
que pensar. Oí unos gatos que parecían huir, el sonido de una lata siendo
pateada y, a continuación, el frenazo brusco de un coche que chocó contra algo
que rompió cristales. Me asomé por la ventana enrejada y un hombre yacía encima
del capó del coche con la cabeza dentro de la luna delantera. El conductor,
presa del pánico, salió corriendo calle arriba y decidí socorrer al atropellado.
Bajé las escaleras mientras llamaba a emergencias, salí y, mientras me acercaba,
vi que el cuerpo ya no estaba. A lo lejos seguía huyendo el conductor, cuando
apareció una bestia peluda de la nada y se abalanzó sobre él directo a la
yugular. Tras llenarse el estómago, la bestia se percató de mi presencia y
corrió hacia mí. Los diez metros que recorrí a toda prisa se me hicieron
eternos y, aunque a punto estuvo de alcanzarme, pude entrar en la casa gracias
a que me dejé abierta la puerta blindada. El gran lobo golpeaba la puerta con
fiereza, subí a mi habitación y miré por la ventana, ahí estaba el lobo cogiendo impulso para dar una
nueva embestida, finalmente se cansó y se puso a rondar la casa mientras
enseñaba los dientes. Todo volvía a estar en silencio, el peligro había pasado
y me sobresalté al oír trastos cayendo en la planta baja, me acerqué con
cautela cogiendo una espada roma que adornaba el pasillo superior. A medida que
me acercaba pude escuchar el torpe andar de uno pasos arrastrados hasta que lo
vi, era el hombre atropellado. Con la cara deformada y ensangrentada, me miró a
los ojos y corrió escaleras arriba como si tuviera un demonio dentro, conseguí
meterme en el baño, pero la puerta no lo detuvo del todo. Comenzó a golpearla, yo la
sujetaba desde dentro hasta que rompió un trozo por donde metió la parte
superior de su cuerpo intentando agarrarme con los brazos. Le di con la espada
hasta partírselos, aunque los seguía moviendo al libre albedrío, y continué
golpeándolo en la cabeza hasta que le destrocé el cráneo haciendo que el arma
penetrara en su cerebro. El silencio no cesó pues la bestia volvió a golpear la
puerta principal alertado por el ruido. Salí como pude del baño y, manchado de
sesos y sangre, me dirigí hacia la cocina a por el cuchillo más grande que tenía
entonces. Antes de que pudiera romper la puerta, la abrí del todo escondiéndome
detrás de ella quedando entre la puerta y la pared del pasillo. El gigantesco
lobo entró hasta el salón destrozándolo todo, al darse la vuelta, me vio entre los veinte
centímetros que me delataban y atacó sin piedad, su cabeza era demasiado grande
y apenas pudo meter el hocico en mi precaria guarida, a la segunda embestida le clavé el cuchillo en
la frente quedando inmóvil en el suelo. Entonces pensé: “Al final tenía razón
el vidente, este año haré reformas en casa”.
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