Era un día soleado de primavera, las flores lucían
colores vivos y el verde de las plantas estaba en todo su esplendor. Clara
quedó con su amiga Julia en el Parque de la Paloma, famoso por el gran chorro de
agua de unos ocho metros de altura que anuncia el gran lago artificial, por su
belleza y por la cantidad de animales que habitan en él, gallinas con sus
crías, conejos, tortugas, patos, gaviotas y un montón de palomas, además de
otras pocas especies. Mientras esperaba, dio un pequeño paseo entre los
puestos, que ese fin de semana se situaban alrededor de la fuente principal.
Había bastante tránsito de gente y en un claro, y por casualidad, vio algo
diminuto moverse. No lo perdió de vista mientras se acercaba. «¡Qué tortuguita
tan bonita! Te recogeré para que nadie te pise». Pensó Clara. Cuando
se encontró con su amiga se la enseñó y le comentó el cariño que en ese poco
rato sentía por el animal, pero debía dejarla en libertad para que viviera
feliz con los suyos, así que se dispuso a dejarla en el lago con las demás
tortugas mayores.
–Vaya, está muy alto, han bajado el nivel del agua
para limpiar el fondo por aquel lado. –dijo Clara.
–No te preocupes, apenas es metro y medio, no le va
a pasar nada.
–Bueno amiguita, ve con tu familia. ¡Una, dos y
tres! Allá va… ¡Ay, no se mueve, venga amiguita nada!
–Creo que se ha muerto… Clara, ahí vienen dos patos,
¡se la van a comer! –alertó Julia.
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