–Gracias por traerme aquí, hoy has hecho que vea las
estrellas más de una vez, ji, ji, ji.
–Me alegra que te haya gustado, la verdad es que
pensaba que no se vería tan bien, la luz de las ciudades ocultan este
espectáculo.
–Sí, ha merecido la pena venir al fin del mundo,
pero tengo miedo, ¿y si nos ataca algún animal?
–No te preocupes, me he informado y en esta zona no
hay animales peligrosos.
Al cabo de media hora oyeron unas motos acercándose, pararon a escasos metros de su ubicación. Los motoristas, eran tres, se
bajaron sin quitarse el casco y empuñando una cadena, un bate de béisbol y una
navaja respectivamente, sin decir palabra, la emprendieron a golpes con la
pareja, que aún seguía desnuda. A Francis le golpeó el del bate y a Alem el de
la cadena, el tercero miraba y se recreaba con los gritos de dolor. Alem se
revolvió y consiguió agarrar la cadena forcejeando con su agresor consiguiendo
arrebatarle el arma, lo golpeó dispuesto a matarlo y, aunque sólo lo tiró al
suelo, se fue directo a defender a su amada. Mientras atacaba al del bate, el
de la navaja se la clavó en la parte de atrás del muslo. Cayó al suelo. Francis
lloraba por su dolor y por Alem, quien mientras se retorcía en el suelo de dolor,
maldecía a los motoristas. Con Alem fuera de juego y Francis paralizada de
terror, los agresores se convirtieron también en violadores. Cuando se cansaron
de aquellos dos cuerpos inocentes, humillados y apaleados, el de la navaja les
marcó la cara con ella y se dirigieron a las motos.
–¿Por qué nos habéis hecho esto?
Al responder, reconoció la voz del guarda forestal
que le indicó el sitio.
–Por ser negras y bolleras.
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