jueves, 26 de abril de 2018

Para que nadie la pise


Era un día soleado de primavera, las flores lucían colores vivos y el verde de las plantas estaba en todo su esplendor. Clara quedó con su amiga Julia en el Parque de la Paloma, famoso por el gran chorro de agua de unos ocho metros de altura que anuncia el gran lago artificial, por su belleza y por la cantidad de animales que habitan en él, gallinas con sus crías, conejos, tortugas, patos, gaviotas y un montón de palomas, además de otras pocas especies. Mientras esperaba, dio un pequeño paseo entre los puestos, que ese fin de semana se situaban alrededor de la fuente principal. Había bastante tránsito de gente y en un claro, y por casualidad, vio algo diminuto moverse. No lo perdió de vista mientras se acercaba. «¡Qué tortuguita tan bonita! Te recogeré para que nadie te pise». Pensó Clara. Cuando se encontró con su amiga se la enseñó y le comentó el cariño que en ese poco rato sentía por el animal, pero debía dejarla en libertad para que viviera feliz con los suyos, así que se dispuso a dejarla en el lago con las demás tortugas mayores.

–Vaya, está muy alto, han bajado el nivel del agua para limpiar el fondo por aquel lado. –dijo Clara.

–No te preocupes, apenas es metro y medio, no le va a pasar nada.

–Bueno amiguita, ve con tu familia. ¡Una, dos y tres! Allá va… ¡Ay, no se mueve, venga amiguita nada!

–Creo que se ha muerto… Clara, ahí vienen dos patos, ¡se la van a comer! –alertó Julia.

–¡Iros patos malos! ¡Venga amiguita, muévete por favor!... No, no, no… Ay, no.

sábado, 21 de abril de 2018

Enterrados en la nieve


El alud había cubierto por completo la lujosa y solitaria cabaña de madera. Aquella zona estaba incomunicada y los servicios de emergencias tardarían en llegar. Los vecinos sabían que al menos había tres personas atrapadas y por eso excavaban ellos mismos para intentar rescatar a sus vecinos, si es que la casa había soportado el peso y el impacto de la nieve. Dieron con la chimenea metálica de la vivienda de dos plantas, estaba retorcida, pero por la altura parecía que la casa seguía en pie, así que decidieron cortarla para intentar hablar con los habitantes. Cuando lo consiguieron, nadie respondía y a los cuatro vecinos les pareció extraño, ya que estaban convencidos de haber visto a dos mujeres y un hombre aquella misma mañana, pocas horas antes del alud. Excavaron hasta el tejado y decidieron hacer un agujero. Uno de los vecinos trajo un hacha con el que cortaba la leña y comenzó a golpear con vigor. Abrió un pequeño agujero y cuando paró a descansar, oyeron unos pasos. Fue entonces cuando confirmaron que había al menos una persona dentro. Gritaron a través del orificio sin obtener respuesta. Otro vecino agarró el hacha y terminó de agrandar el agujero hasta que cupiera una persona. Fue ese mismo vecino el que descendió de un salto en la cabaña, linterna en mano, al ser el más joven.

-¡Aquí todo está bien, no veo a nadie en esta planta! ¡Bajaré a ver si encuentro a alguien!

Pasado unos minutos decidieron descender todos juntos al no responder el primero en hacerlo. Mientras, las dos mujeres enderezaban el trozo de chimenea cortada que clavarían en la nieve y le colgarían una chaqueta roja para que los servicios de emergencias la vieran. El vecino restante, un señor mayor, fue a por una escalera para descender. Bajaron uno tras otro adentrándose en la oscuridad que iluminaban con linternas.

Cuando los servicios de emergencias lograron llegar, encontrando la chaqueta, se acercaron y vieron un rastro de sangre colina abajo. Dos guardias civiles siguieron el rastro y otros dos se adentraron en la casa mientras los bomberos y los médicos esperaban fuera.

Se adentraron en la oscuridad. Al bajar a la primera planta sacaron sus armas y les quitaron el seguro a la vez que echaban a temblar, vieron varios cuerpos sin vida, con visibles ataques de un hacha que se encontraba clavada en la espalda del hombre muerto situado al pie de la escalera. Tras confirmar la muerte de dos mujeres y un hombre, encontraron el acceso a un sótano, al que entraron cuidadosamente. Allí la escena era aún más atroz, en el centro de la sala estaba el cuerpo de un joven decapitado, frente las escaleras dos mujeres desnudas pendían de la pared encadenadas y visiblemente torturadas hasta la muerte.

Fuera, los dos guardias civiles continuaban rastreando las marcas en la nieve, que ya no tenía sangre. Al ser alertados por sus compañeros, habían desenfundado sus armas y aceleraron el ritmo. A los pocos minutos se detuvieron ante el gran acantilado al que habían llegado y donde se perdía el rastro. Miraron hacia abajo.

-Va a costar mucho recuperar el cuerpo de ese desgraciado.

sábado, 14 de abril de 2018

Lo que me dijo el vidente


No podía dormir, lo que me dijo aquel vidente me dio que pensar. Oí unos gatos que parecían huir, el sonido de una lata siendo pateada y, a continuación, el frenazo brusco de un coche que chocó contra algo que rompió cristales. Me asomé por la ventana enrejada y un hombre yacía encima del capó del coche con la cabeza dentro de la luna delantera. El conductor, presa del pánico, salió corriendo calle arriba y decidí socorrer al atropellado. Bajé las escaleras mientras llamaba a emergencias, salí y, mientras me acercaba, vi que el cuerpo ya no estaba. A lo lejos seguía huyendo el conductor, cuando apareció una bestia peluda de la nada y se abalanzó sobre él directo a la yugular. Tras llenarse el estómago, la bestia se percató de mi presencia y corrió hacia mí. Los diez metros que recorrí a toda prisa se me hicieron eternos y, aunque a punto estuvo de alcanzarme, pude entrar en la casa gracias a que me dejé abierta la puerta blindada. El gran lobo golpeaba la puerta con fiereza, subí a mi habitación y miré por la ventana,  ahí estaba el lobo cogiendo impulso para dar una nueva embestida, finalmente se cansó y se puso a rondar la casa mientras enseñaba los dientes. Todo volvía a estar en silencio, el peligro había pasado y me sobresalté al oír trastos cayendo en la planta baja, me acerqué con cautela cogiendo una espada roma que adornaba el pasillo superior. A medida que me acercaba pude escuchar el torpe andar de uno pasos arrastrados hasta que lo vi, era el hombre atropellado. Con la cara deformada y ensangrentada, me miró a los ojos y corrió escaleras arriba como si tuviera un demonio dentro, conseguí meterme en el baño, pero la puerta no lo detuvo del todo. Comenzó a golpearla, yo la sujetaba desde dentro hasta que rompió un trozo por donde metió la parte superior de su cuerpo intentando agarrarme con los brazos. Le di con la espada hasta partírselos, aunque los seguía moviendo al libre albedrío, y continué golpeándolo en la cabeza hasta que le destrocé el cráneo haciendo que el arma penetrara en su cerebro. El silencio no cesó pues la bestia volvió a golpear la puerta principal alertado por el ruido. Salí como pude del baño y, manchado de sesos y sangre, me dirigí hacia la cocina a por el cuchillo más grande que tenía entonces. Antes de que pudiera romper la puerta, la abrí del todo escondiéndome detrás de ella quedando entre la puerta y la pared del pasillo. El gigantesco lobo entró hasta el salón destrozándolo todo, al darse la vuelta, me vio entre los veinte centímetros que me delataban y atacó sin piedad, su cabeza era demasiado grande y apenas pudo meter el hocico en mi precaria guarida, a la segunda embestida le clavé el cuchillo en la frente quedando inmóvil en el suelo. Entonces pensé: “Al final tenía razón el vidente, este año haré reformas en casa”.

sábado, 7 de abril de 2018

No puedo evitar recordar


Te espero en el banco del parque donde nos besamos por primera vez, se que llegas tarde y no puedo evitar recordar aquel momento maravilloso en el que tu aroma es lo que huelo, tu calor es lo que siento y tu boca es la que me sabe como si estuviese ocurriendo en este mismo instante. Ese beso fue la confirmación de lo que sentía entonces por ti. Era amor, entonces adolescente, por como eras, fuerte, amable y rebelde que se transformó en unas ganas locas de conocerte a fondo, de hacer el amor y estar contigo para siempre. Más adelante, cuando te conocí de verdad, supe que eras para mí, la otra mitad que me complementaba, lo que me faltaba para ser feliz. Y entonces nos unimos en matrimonio y llegó, con mucho esfuerzo, lo mejor que tenemos,  nuestra hija. Más tarde cometí el error más grave de toda mi vida que hizo que me perdiera estos últimos años junto a ti, el que nunca me podré perdonar. Y ahora que por fin consigo tu perdón, te espero en este banco a que llegues para volver a comenzar. Pero sigues sin acudir a nuestra cita, hoy hace veinte años que nos dejaste y sólo espero que haya otra vida para recuperar lo que no pudimos volver a empezar.

domingo, 1 de abril de 2018

El anciano


Ana se levantaba cada día a las nueve de la mañana para salir a correr, siempre hacía el mismo trayecto, recorría varias calles, pasaba por el Parque de la Paloma, donde espantaba a los pájaros a los que un anciano daba de comer, y continuaba por el paseo marítimo hasta llegar a Puerto Marina para volver a su casa haciendo el mismo recorrido, volviendo a espantar a las aves del señor mayor, que callaba con tristeza.

Un día el señor mayor le dio los buenos días, a los cuales la chica no respondió. A la vuelta, el anciano saludó con un "hasta mañana" y la chica hizo caso omiso. Al día siguiente el hombre volvió a darle los buenos días y la chica respondió educadamente. A la vuelta, Ana pensó que podía pasar más despacio para no espantar a los pájaros. Llegó donde se sentaba el anciano pero allí no había nadie. A la mañana siguiente tampoco estaba y al volver seguía sin aparecer. Pasó una semana y ella comenzó a soltar unos puñados de migas de pan donde lo hacía el anciano.
Después de unos meses, Ana se levantó una mañana, fue a darle de comer a los pájaros y una lágrima le recorrió el rostro al ver al anciano sentado con unas muletas reposando en el banco. Se acercó al hombre a ritmo normal y le entregó las migas de pan dándole los buenos días. El respondió dándole las gracias por cuidar de sus queridas aves. A la vuelta allí seguía el anciano y Ana bajó el ritmo para no molestar cuando el anciano dijo: “Hace tiempo que te perdoné, cuando quieras puedes venir a darle un abrazo a tu viejo y estúpido abuelo, si es que me has perdonado tú a mí”.