miércoles, 30 de mayo de 2018

Ven la vida pasar

Desde hace tantos años que ni los recuerdan, ven la vida pasar desde el mismo sitio. Desde allí arriba ven cada amanecer en los que siempre está presente el sol, eternamente fuerte e impecable, dándoles desesperanza día a día. Ven cómo su entorno cambia, donde no había más que tierra muerta van creciendo pequeños matorrales, ven cómo cambia el terreno a medida que las inclemencias del tiempo hacen mella en él, como donde había miles de hectáreas de pura naturaleza ahora no hay más que hormigón coloreado, hierros móviles y humo, humo y más humo. Ven cómo a su alrededor se acumulan gigantescos montes de basura que, como poco, les impiden la visión. Ven cómo van siendo arrinconadas hasta que quedan reducidas a la mínima expresión. Y ven su propia muerte, porque ellas también mueren, enterradas en desechos, de pena al verse desnudas sin su vida natural abrigándolas y quemadas a manos del hombre por placer o para enterrarlas en más hormigón coloreado y chatarra móvil. Pero cuidado, porque ellas resucitarán y temblarán derribando lo que tengan encima, se abrirán para engullir los escombros y, de las grietas, brotarán ríos de lava que desharán todo lo que las destruyó. Ese día comenzará un nuevo ciclo donde lo primero que verán serán las cicatrices que cubrirán sus nuevos abrigos naturales.

miércoles, 23 de mayo de 2018

La protectora

El silencio era sepulcral, la noche fría y húmeda, el sonar de las pisadas sobre las hojas secas la delataba hasta que al llegar al pasillo principal, se detuvo para quedarse inmóvil. Rodeada de blancas tumbas, una ligera ráfaga de viento hizo bambolear la túnica negra encapuchada que vestía. Comenzó a oír el cantar de un grillo, el aleteo de un pájaro y, muy a lo lejos, el maullar de unos gatos que salieron huyendo. Esa fue su alarma, echó a correr hacia la iglesia a la vez que sacaba de su gabardina unos crucifijos plateados que empuñados por el centro prolongaban sus puños en cuchillos afilados. Entró derribando la puerta con el hombro y rodó para detenerse con una rodilla hincada en el suelo quedando nuevamente inmóvil. Miró hacia el altar, faltaba la imagen que lo adornaba y al fin lo vio, era un hombre inmenso y muy pálido, que con el torso desnudo, ascendía a la segunda planta de palcos por la pared principal como si fuese un perro corriendo por el campo teniendo en su poder lo que le faltaba para demostrar su valía. Ella no lo podía permitir y subió saltando sobre un banco, un confesionario, sobre la balaustrada de la primera planta y, enganchando los crucifijos al forjado superior, se impulsó hacia arriba para  acabar en los asientos de la segunda planta. Continuó la persecución en las escaleras de la torre, donde consiguió alcanzarlo en el campanario abalanzándose sobre sus espaldas. Éste se la quitó de encima de un empujón que la hizo rodar separándose unos metros y se miraron a los ojos por un instante. La bestia tenía los ojos de un gato y una dentadura terrorífica que  mostró antes de saltar sobre ella dispuesto a morderla salvajemente, cuando estuvo a punto de conseguirlo le salió de la nuca un crucifijo plateado. Ella se incorporó quitándose de encima a la bestia, recogió del suelo la estatuilla y la colocó en su sitio diciendo: ”Se acabó el trabajo por hoy”.

jueves, 17 de mayo de 2018

El agente Hernández

Corrían como lobos tras su presa varios agentes de paisano que trataban de detener al asesino del capirote. Estando a punto de atraparlo, el asesino entró en una iglesia donde había cientos de cofrades a punto de salir en procesión. Los agentes no tenían nada que hacer, el asesino estaba oculto entre demasiada gente encapuchada y no podían hacer nada sin montar un escándalo. Al agente Hernández poco le importaban las normas, realizó tres disparos al aire y gritó: “¡Policía, todo el mundo al suelo y descubríos el rostro!”. En un silencio sepulcral, en el que sólo se oían golpes de rodilla contra el suelo y cirios cayendo, destacó el inconfundible chirrido de una puerta que finalmente dio un portazo. Los agentes corrieron, atravesaron la puerta trasera de la iglesia y continuaron tras el asesino. El agente Hernández no iba de los primeros, pero veía al delincuente. Este corría y corría, no podía más y repitió la misma jugada, entró en otra iglesia donde la vestimenta era parecida  a la de su cofradía. Esta vez el agente Hernández no formó un escándalo ni alarmó a nadie, ordenó a sus compañeros que impidieran la salida a cualquier persona mientras llegaban los refuerzos. Él entró y, con toda la tranquilidad del mundo y concentrado en buscar una aguja en el pajar, se dedicó a pasearse entre la gente de punta a punta de la iglesia sin dejar de atender a su alrededor. El asesino no aparecía, había dado varias vueltas y no lo encontraba,  se fijó en que el manto de la virgen se bamboleaba ligeramente y subió a comprobarlo, un hermano que daba los últimos retoques a la Virgen intentó detenerlo, pero lo dejó al ver su placa. Hernández entró en el manto, tras apenas un minuto salió con un corte aparatoso en la mejilla y la mano derecha ensangrentada. “Tened cuidado ahí dentro, hay un saliente cortante en el soporte de la tela”. Al llegar los refuerzos fueron evacuando poco a poco la iglesia hasta quedar completamente vacía. No había rastro del asesino. Los agentes volvieron a comisaría, dieron el operativo por fracasado y por huido al asesino.

Tras llevarse una reprimenda por parte del comisario, el agente Hernández fue a que le cosieran la herida y volvió a casa a darse una ducha. A altas horas de la madrugada, se despertó con un pálpito y volvió a la iglesia. Ya no quedaba nadie, se coló forzando la cerradura, la Virgen esperaba a que la volviesen a poner en su sitio y Hernández subió al trono, se acercó a ella, miró alrededor para asegurarse de que no hubiese nadie, levantó el manto y dijo: “Míralo por el lado bueno, has tenido un funeral por todo lo alto. A ver qué hago ahora contigo, no me llevaré una medalla, pero viviré tranquilo sabiendo que no volverás a matar”.

jueves, 10 de mayo de 2018

Animales salvajes.

Contemplaron el cielo estrellado, fue en el claro de un bosque alejado de la civilización el día de su octavo aniversario como pareja. Habían cenado en un restaurante de postín y se deleitaban de la escena tras haber hecho el amor.

–Gracias por traerme aquí, hoy has hecho que vea las estrellas más de una vez, ji, ji, ji.
–Me alegra que te haya gustado, la verdad es que pensaba que no se vería tan bien, la luz de las ciudades ocultan este espectáculo.

–Sí, ha merecido la pena venir al fin del mundo, pero tengo miedo, ¿y si nos ataca algún animal?

–No te preocupes, me he informado y en esta zona no hay animales peligrosos.

Al cabo de media hora oyeron unas motos acercándose, pararon a escasos metros de su ubicación. Los motoristas, eran tres, se bajaron sin quitarse el casco y empuñando una cadena, un bate de béisbol y una navaja respectivamente, sin decir palabra, la emprendieron a golpes con la pareja, que aún seguía desnuda. A Francis le golpeó el del bate y a Alem el de la cadena, el tercero miraba y se recreaba con los gritos de dolor. Alem se revolvió y consiguió agarrar la cadena forcejeando con su agresor consiguiendo arrebatarle el arma, lo golpeó dispuesto a matarlo y, aunque sólo lo tiró al suelo, se fue directo a defender a su amada. Mientras atacaba al del bate, el de la navaja se la clavó en la parte de atrás del muslo. Cayó al suelo. Francis lloraba por su dolor y por Alem, quien mientras se retorcía en el suelo de dolor, maldecía a los motoristas. Con Alem fuera de juego y Francis paralizada de terror, los agresores se convirtieron también en violadores. Cuando se cansaron de aquellos dos cuerpos inocentes, humillados y apaleados, el de la navaja les marcó la cara con ella y se dirigieron a las motos.

–¿Por qué nos habéis hecho esto?

Al responder, reconoció la voz del guarda forestal que le indicó el sitio.

–Por ser negras y bolleras.