jueves, 26 de septiembre de 2019

Amor de padre y madre


Buenas, aunque quiero mantener el anonimato necesito contar mi historia. Tengo cuarenta y cinco años y ni mi mujer ni yo somos fértiles. Teníamos muchísimas ganas de ser padres y hace tres conseguimos adoptar a una niña de seis años. Entonces  fue maravilloso, hasta que hace poco nos dimos cuenta de un pequeño detalle: la niña es una funcionaria de cuarenta y tres años con enanismo. No, no penséis que somos gilipollas, pero la ilusión de tener el cariño de una hija hizo que pasáramos por alto los ínfimos rasgos de su madurez, como por ejemplo: los pelos rasurados de su bigote…. ¡Cómo pinchada la jodía al darnos el beso de buenas noches!
Recuerdo los primeros días en casa, jugábamos con ella, le dábamos de comer e intentábamos enseñarle el idioma con libros infantiles. Después de cenar la acostábamos en la cama y en cuanto nos íbamos lloraba dando unos sollozos muy fuertes, pero al entrar en el dormitorio para atenderla se hacía la dura y fingía que no le pasaba nada. Al irnos, volvía a sollozar hasta que se quedaba dormida. Sí, pobrecita… Cuando mi mujer abrió los ojos descubrimos que le había robado el consolador a su madre, bueno, uno de ellos. Porque si llega a robarle el favorito la descubre al momento.
Recuerdo su primea navidad con nosotros. ¡Qué guapa estaba vestida de duendecilla, cómo le gustaban los polvorones y cómo le gustaba tocar la botella de anís del mono! Ni mi mujer ni yo bebíamos… todavía no sé quién la vaciaba. En esas fechas fuimos al centro comercial. Estábamos muy ilusionados porque íbamos a darle una sorpresa y a ella se la veía muy feliz porque era la primera vez que veía tantos adornos y luces de colores. La sorpresa era que viese a Santa Claus, pero, cuando estaba en sus rodillas, la sorpresa se la llevó él… le tiró los tejos. Y no creáis que fue sutil, no: le hizo un gesto lascivo con la lengua. Nosotros pensamos entonces que estaba pidiéndole un bastón de caramelo, pero no era de caramelo el bastón que quería.
El día de noche buena hizo un frío atroz, le llevó mi mujer una manta y no entendimos lo que dijo, todavía no sabía hablar el idioma, o eso pensábamos, sólo alcanzó a entender la palabra vodka. Y sería por el amor de padre y madre pero pensamos que era alguna palabra de su Rusia natal, al igual que pasó cuando escribió la carta para los Reyes Magos y les pidió una cachimba. Al poco tiempo recibió un paquete de su país: eran pastillas. Tampoco sabíamos que eran, así que contactamos con un profesor de ruso para que nos tradujese el prospecto y que nos dijera qué significaba la palabra cachimba. No nos aclaró nada, tras oír nuestra pregunta y leer el prospecto nos dijo que éramos gilipollas y se fue descojonándose de nosotros. A la niña le compramos una tablet para que utilizase el traductor de google, pero la palabra cachimba no la traducía. Por aquello la cambiamos a un colegio más caro, para que aprendiese a hablar cuanto antes y saber de sus necesidades. Ahora sabemos que cachimba es cachimba y que las pastillas eran anticonceptivas.
El día de reyes fue toda una sorpresa para todos, ya que vinieron de visita unos amigos suyos del orfanato. Se lo pasaron a lo grande, estuvieron todo el día jugando y cuando se fueron se llevaron todos sus juguetes. Pili dijo que no le importaba compartirlos, que ella nos tenía a nosotros y ellos a nadie. Se nos enterneció el corazón y les enviamos más juguetes… y al año siguiente lo mismo, pero este no le vamos a regalar nada, no. ¡Ya está bien!, que se los compre ella que para eso son sus nietos.
Al principio comía muy bien, le dábamos a probar y toleraba nuestra gastronomía hasta que a las pocas semanas después del episodio de no entender sus palabras le dimos brócoli por primera vez. “¡Esto se lo va a comer tu puta madre!” nos dijo, nosotros pensamos que en el colegio nuevo no estaba aprendiendo nada bueno, pero claro, como lo primero que se aprende de un idioma son los insultos, pues no le dimos mayor importancia. Otra cosa distinta fue cuando la pillamos conversando a escondidas con alguien por teléfono, ¡Joder que dineral tan bien invertido, qué bien habla la hija de puta! Pensamos que lo hacía a escondidas por pudor a no pronunciar bien el idioma y que quería practicar para agradarnos. Después supimos que hablaba con su novio y con su hijo menor. Veinte años tiene el chiquillo. Insisto en que fue el amor que profesábamos por nuestra hija el que hizo que no nos diésemos cuenta de su suplantación, ni si quiera en su primer baño, que también fue sospechoso, pero como nos habían dicho que estaba muy desarrollada para su edad, pues no nos escandalizamos al verle el matojo. Donde sí pecamos de padres primerizos fue al verle la cicatriz de la cesárea… y una frase, impronunciable, tatuada en ruso. Claro si llegamos a saber lo que significaba la habríamos descubierto enseguida. Ponía algo así como… pasar por el talego te hace dura comiendo conejo. También recuerdo aquellos felices días cuando nos pedía dinero para chucherías, sobre todo cigarrillos de chocolate… más tarde supimos que efectivamente eran cigarrillos de chocolate, pero se los compraba a un camello.
Cuando se es padre se empieza a leer libros sobre los niños y su comportamiento y esto ayudó a nuestra hija a pasar desapercibida. Leímos que los niños imitan a los adultos… ¡Y cómo imitaba la hija de puta! cada vez que nos invitaban los amigos a almorzar, hacía sobremesa hasta con copa y puro... Mi mejor amigo aún la echa mucho de menos… le recomendaba unos licores exquisitos. Si estás leyendo esto, Pili, por favor, ponte en contacto con él. El palillo de dientes tampoco lo perdonaba, se tiraba hasta la hora de la merienda con él en la boca. Lo desechaba cuando mi mujer le traía el café sólo con magdalenas, no quería otra cosa a esa hora.
Recuerdo un día, ya hablaba decentemente, tras llegar del colegio, que nos preguntó si era cierto que el ratoncito Pérez daba cinco euros por cada diente. Le dijimos que sí... y nos salió la broma por ciento sesenta euros, hasta las muelas del juicio tenía la prótesis. Menos mal que no le dijeron que eran veinte. Al día siguiente volvió a dejar la dentadura postiza en la almohada y le escribimos una nota que decía: “Usted ya ha agotado el cómputo de piezas dentales fijados por la normativa y al señor Pérez lo han despedido por no poder llevarse tal cantidad de piezas dentales. Por lo tanto, no volverá a visitarla”. Después de leer la nota, nos comió la cabeza con no sé qué historias de derechos laborales. Pobre cría, cómo le tenían comido el coco aquellos comunistas, o eso pensamos entonces. Porque también poco a poco y con sus discursos nos fue convenciendo de que tenía derecho a una mejor paga y se puso en doscientos euros semanales.
En el orfanato nos dijeron que era una niña muy inteligente y muy adelantada para su edad. Entonces, como cualquier padre haría, quisimos aprovechar su talento y potenciarlo, pero la verdad es que no era para tanto, las declaraciones de la renta le salían todas a pagar. Y encima nos cobraba por hacerlas, aparte de su paga, por supuesto, aunque se nos fue de las manos, tengo que reconocerlo. Se hizo una nómina con todas las deducciones y se afilió a la seguridad social. Contrato por obra y servicio. La hija de puta, pensaba abandonarnos en cuanto cumpliera con su propósito. Será desagradecida, quería sacarnos el dinero después de las veces que la hemos cuidado, las veces que la hemos bañado, que la hemos limpiado, oye, ¡que se hacía caca encima para llamar la atención! y encima nos escupía en la cara el puré de zanahoria. Todavía recuerdo cuando nos llamaron del colegio porque les robaba el bocadillo a los niños y el dinero a los profesores. Cómo le gustaba llamar la atención a la jodía. Después nos enteramos de que acabó vendiéndoles crack a los profesores. Se ve que consiguió tejer una red de niños que los acosaba y, claro, ella estaba allí para ayudarlos a salir del agujero… aunque los metía en otro.
Ya no puedo seguir fingiendo más. Yo me di cuenta de la farsa mucho antes, cuando caí en el vicio del tabaco y ella me inició en el mundo de la maría enseñándome a liar unos porros impresionantes. Lo dejé pasar, por el cariño que le profesaba. Mi mujer tardó algo más en quitarse la venda de los ojos, exactamente el día que nos pilló colocados de crack y la enana me cabalgaba como una loca, la hija de puta me había echado burundanga en el colacao, de no ser así no hubiese sido capaz de sucumbir a sus deseos. En ese mismo momento, mi mujer la echó de casa y, tras abofetearme, registró su habitación en busca de evidencias. Encontró  maría, hachís, crack, la dichosa cachimba y el consolador. Además de una caja fuerte, que no logró abrir, y varios fajos de billetes, en total unos cuarenta mil euros que iba guardando con la paga, las declaraciones de la renta y con el trapicheo de los profesores. Yo sigo teniendo confuso aquel día por toda aquella mierda que consumí y sé lo que pasó por que me lo contó mi mujer. Actualmente, mi hija, enana o lo que sea, vive en nuestra casa, la utiliza como local de distribución de narcóticos y nos tiene una habitación alquilada a mi mujer y a mí. No sé cómo lo hizo pero nos enredó con los papeles y lo perdimos todo. Así que cuidado con el instinto paternal y maternal. Mirad lo que ha sido de nosotros.
Ahora que lo pienso, debimos habernos dado cuenta de que algo raro pasaba el día que la sacamos del orfanato, cuando la niña se despidió con un corte de mangas y los funcionarios gritaron eufóricos mientras se abrazaban y daban saltos de alegría.

jueves, 12 de septiembre de 2019

El resto

Era día de cobro en un pequeño pueblo. Los pensionistas hacían cola esperando a que abrieran la sucursal. Al llegar la hora, el vigilante habilitado para esos días hizo pasar a los clientes. Pasado unos diez minutos entraron cuatro encapuchados, armados con escopetas de caza y vestidos con monos de soldador, gritando que se tumbaran todos en el suelo mientras apuntaban a tres jubilados y uno se dirigía hacia el encargado de la caja. El guarda de seguridad, que se encontraba en la oficina del director, se acercó pistola en mano haciéndose el valiente y recibió un disparo en la pierna antes de poder decir palabra. “El que nos lleve la contraria correrá la misma suerte” gritó el asesino. El encargado de la caja se asustó al ver el disparo e hizo lo que le ordenaron sin rechistar, pero con torpeza por los nervios. El director accionó la alarma que lejos de espantar a los atracadores reaccionaron dirigiéndose hacia él con decisión. “¿Cómo sabéis que he sido yo?” balbuceó antes de morir. El pánico cundía en la sucursal mientras, en la trastienda,  el empleado sacaba el dinero de la caja fuerte y lo repartía en cuatro bolsas de deporte tras romper las cámaras de seguridad por orden del atracador. Cuando oyeron las sirenas de la guardia civil emprendieron la huida sin más complicaciones.
A la semana siguiente, el hijo de uno de los jubilados fue a la sucursal con una autorización para cobrar la pensión en nombre de su padre. Se dirigió al empleado que obedeció a los atracadores y, después de cobrar, comentó el atraco.

–Menuda faena lo de la semana pasada, mi padre sigue con el susto en el cuerpo.

–Yo tampoco me he repuesto del todo respondió con total serenidad.

–Es una pena lo del director y lo del guarda de seguridad.

–Si… es una pena.

Deberían haberse quedado quietos, total por un dinero que iba a reponer el seguro no merece la pena jugarse la vida.

Por eso mismo obedecí sin rechistar.

Menos mal que los han capturado. ¿Es cierto que consiguieron esconder una parte del botín? Lo dice el periódico.

Eso parece, las cuentas no cuadran.

También dice que los detuvieron con las cuatro bolsas con dinero a partes iguales. No es lógico que faltase dinero.

Cierto, yo mismo hice el reparto. ocultó una sonrisa echando la vista a unos papeles que ordenaba en un cajón Vaya usted a saber que hicieron con el resto del dinero.

Bueno, me alegro de que esté usted bien, espero que siga bien y sin más sustos.

Se lo agradezco, y gracias por seguir confiando en nosotros.